miércoles, 10 de octubre de 2012

COLUMPIOS




Siempre volvía a casa por el mismo camino, siempre las mismas baldosas, las mismas pisadas. No había ninguna explicación, nunca se había preguntado el motivo por lo que nunca había hallado una respuesta.

No tenía respuesta porque no la buscaba.

Aquella tarde mientras volvía a casa desvió ligeramente la vista hacia la derecha, sólo un segundo. Tal vez sintió un ligero movimiento en el aire, tal vez simplemente desvió la mirada del camino porque la respuesta que no necesitaba buscar si necesitaba ser encontrada. Y la halló en el solar abandonado, en lo único que tenía movimiento y vida entre toda aquella soledad. Ni siquiera lo pensó, sus pisadas siguieron la dirección que sus ojos le indicaban.

Se sentó en uno de los columpios y se dejo mecer por el viento.

A penas habían pasado 20 minutos desde que había dejado de llover y bajo sus pies, bajo “su” columpio, el agua había dejado su marca y durante un segundo mientras observaba el reflejo de una mujer madura en un columbio tan maltratado por el tiempo como ella misma, sintió sobre su nuca empapando los mechones de un pelo corto e irregular la lluvia que antes había observado por la ventana, alzó los ojos al cielo y dejo que unos solitarios rayos de sol le bañasen la cara y sonrió al sentir el calor en la frente.

De repente sintió la imperiosa necesidad de salir de allí, de correr sobre el barro y los trozos sueltos de cemento, pero no lo hizo, se obligó a permanecer sentada un momento mas, agarrando con fuerza las cadenas viejas y oxidadas, observando los charcos bajo sus pies, sintiendo el peso de su abrigo rozando el suelo y manchándose de tierra mojada.

No necesitaba más respuestas, decidió que de momento no tenía prisa por volver a su casa.

Ya conocía el camino.

Amaya


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