sábado, 2 de febrero de 2013

EL CASTIGO (ella)

La historia de "El castigo" no ha terminado. Sus protagonistas continuan aún enseñandome que tienen mucho que decir. En esta ocasión conoceremos lo que ve y siente "ella", oiremos su voz y sentiremos sus miedos. Espero de verdad que os guste.
La imagen tan increible que acompaña esta historia es fruto del trabajo de "La Magia de las Alas"



-¡Ah maja! –dijo la enfermera desde el otro lado de la cortina. –¡Hay que tener amigos hasta en el infierno! –después se alejó riendo.

No sabía a quien iban dirigidas esas palabras, probablemente a la “inquilina” del box contiguo. No era la primera vez que las oía, pero allí, recostada en la cama del hospital, aquella expresión adquirió un nuevo sentido.

Cerró los ojos y pensó en él. ¿Era eso lo que él era? ¿Un amigo en el infierno? No, no era la expresión correcta pero se acercaba mucho a ella, estaba segura. No sabía de donde venía aunque suponía que el infierno era un lugar en el que podía imaginarle. Nunca se lo había preguntado, era absurdo, ellos no hablaban, no podían hacerlo. Por lo menos no con palabras.

Era su amante, lo sentía en cada centímetro de su cuerpo.Así que si usaba un poco la lógica, el término exacto para describirle sería “su amante en el infierno”.

Dobló las piernas y subió la sabana exactamente hasta la altura de los ojos. No se los tapó, aunque deseaba perderse dentro de esa cama aquello haría que él se preocupase aún más. Porque sin duda estaba preocupado. Verla allí, en el hospital, presa de horribles y esporádicos dolores en el estómago, le estaría volviendo loco.

Estaba a su lado, aunque nadie pudiese verle, estaba allí. Ella lo sabía y le sentía de la misma manera en la que respiraba, y las enfermeras y médicos que la habían estado acompañando, también lo sabían. Lo notaba en sus caras. Una inquietud fugaz en sus ojos, un escalofrío, una ráfaga de aire helado cada vez que el joven médico posaba la mano en su vientre desnudo. Se sentían incómodos, y tal vez esa fuese la razón por la que hacia tanto tiempo que nadie pasaba por su box a comprobar como se encontraba.

Una parte del infierno ocupaba aquel pequeño rincón de urgencias.

 

-¿Y si alguien muriese? –preguntó en a penas un susurro. –¿Adonde iría?

 

Solo él había podido escucharle, lo sabía de la misma manera en la que sabía que no podía contestarle. Pero necesitaba sacar de su mente el terrible presentimiento de que por su culpa, las almas de aquellos que muriesen mientras ellas estuviese allí, solo podrían encontrar el camino del infierno.

 

-Les estoy condenando –una suave ráfaga de aire caliente le acarició la mejilla. –Tengo que salir de aquí.

 

Se levantó intentando ignorar el pinchazo que atravesaba su estómago. Miró su brazo derecho, los tubos que aún continuaban pegados a ella. Cogió todos los pañuelos de papel de la caja que la enfermera había dejado en la mesilla, y aún sabiendo que no serían suficientes cerró los ojos y se sacó la aguja del brazo. A pesar de que a penas tardó unos segundos en colocar los pañuelos sobre la vena abierta no fue lo suficientemente rápida y la sangre le manchó el brazo y la cama.

-¡Enfermera! –gritó cinco segundos antes de que el caos se desatase en aquel pequeño y temporal pedazo de infierno.

Aún tardó cerca de una hora en abandonar el hospital. Hubo de luchar con enfermeras escandalizadas ante su actitud y médicos incapaces de comprender que quisiese abandonar el hospital sintiendo el dolor que su rostro reflejaba.

Necesitó cerrar la puerta de su casa y sentir que estaba de nuevo a salvo para relajar todos los músculos de su cuerpo, se dejó caer lentamente en el suelo y apoyó la cabeza entre las piernas dobladas. Entonces se dio cuenta, ya no sentía dolor. Aquel martirio que le había obligado a abandonar la tarea de hacer la compra semanal había desaparecido. Ya no estaba. Sonrió y levantó la vista al frente.

 

-Me encuentro mejor –dijo sabiendo que él agradecería sus palabras tanto como ella. –Es curioso, no solo estoy bien, creo que tengo hambre. ¿Quién lo hubiera dicho?

 

Se levantó casi de un salto y se dirigió al lavabo dispuesta a darse una ducha que hiciera desaparecer de su cuerpo el olor a hospital. Después comería algo.

 

La vio entrar en el baño y quiso dejarle intimidad, no sería la primera vez que la viese desnuda, pero aquel era un momento diferente. Sentía el pánico creciendo dentro de él. En el hospital ni siquiera pensó, solo quería que ella estuviese bien e intentó facilitar el trabajo de los médicos, aunque en mas de una ocasión le fue imposible contener su ira.

Ahora era diferente, ella estaba bien, estaba en casa, y sonreía. Bajó la guardia en el instante en el que contempló sus ojos libres de dolor y en ese justo momento la verdad comenzó a asomar lentamente, no tardó en golpearle con fuerza.

¿Qué había hecho? ¿A que la había condenado? ¿Qué ocurriría si supiese que ya no podría huir de aquel pedazo de infierno? ¿Cómo salvarla de algo que crecía aferrado a sus entrañas?

 

Amaya Alvarez