Hoy he querido demostrarme a mi misma que tenia razón al
pensar que soy invisible.
Un pequeño experimento basado en la simple observación. Tal
vez no muy objetivo he de reconocer, ya que la observación sería tan solo por
mi parte y las únicas conclusiones válidas las mías.
Resumiendo y sin darle demasiadas vueltas ni importancia, me
he limitado a subir al metro, con un destino y un objetivo final claro está, y
he observado como pasaba completamente desapercibida. Cierto es que nadie se ha
sentado sobre mi, cosa que atribuyo a algún tipo de cambio en el aire o tal vez
a un sutil olor que ellos no saben reconocer pero que avisa a sus mentes
inconscientes de que ese no es un sitio apto para sentarse.
Y mientras esto ocurría, mientras yo iba sentada en un vagón
aceptablemente poblado, observando y sin ser observada, he sentido unas ganas
locas de escribir. Una necesidad que hacia incluso aflorar una sonrisa en mi
rostro invisible. Mis manos ansiaban sacar mi pequeño cuaderno rojo (obsequio
de una gran amiga y que siempre llevo conmigo preparado para recibir cualquiera
de mis pensamientos). Solo me ha detenido la sensación de que si hacia un solo
movimiento el aire que me envolvía cambiaría y revelaría al resto del pasaje una
figura antes inexistente para ellos.
Ahora me encuentro realmente sola en el vagón y a una parada
de mi destino, por fin mis manos se sienten satisfechas con el familiar y
reconfortante tacto de mi cuaderno.
Una chica invisible escribiendo en un vagón solitario.
Amaya Alvarez