jueves, 31 de mayo de 2012

CAPITULO 2, LA TIENDA




-¡Hola! –estaba sentada tranquilamente en la escalera de mi porche mirando hacia la puerta.

-Hola.

-¿Tú eres Carla, la sobrina de Nadia verdad? –dijo mientras se ponía de pie. Tenía el pelo castaño claro, casi rubio, con ojos azules, algo regordeta y más o menos de mi estatura.

-Bueno, sí, eso creo –contesté incómoda y consciente de lo dubitativa que sonaba mi voz.

-Yo me acuerdo de ti –su voz en cambio tranquila y serena mostraba lo segura que se sentía de si misma. Yo no podía decir lo mismo.

-¿A si? Pues yo no sé qué decirte –no era capaz de recordar si la conocía.

-No te acuerdas, bueno es normal éramos muy pequeñas, soy Rosa –el tono de su voz se fue haciendo más suave hasta casi apagarse. Tal vez toda aquella seguridad fuese sólo una fachada.

-¡Oh, sí! creo que sí, nosotras jugábamos juntas de pequeñas ¿verdad? –sus ojos se abrieron como platos, demostrando que esa era la respuesta que esperaba escuchar desde el principio.

-Que bien, no te has olvidado. Temía que después de tanto tiempo ya no te acordases de mí, y no te ofendas pero la verdad es que me apetecía mucho estar con alguien nuevo, hablar de cosas diferentes.

- No, si no me ofendo, de hecho hasta me viene bien conocer a alguien, quiero comprar unas cuantas cosas para la casa, algo de comida y cosas para poder limpiar y ponerlo todo en orden, hace mucho que nadie hace una limpieza general aquí dentro –dije señalando hacia la casa. Intenté sonar lo más amable posible aunque no estaba segura de haberlo conseguido del todo.

-Perfecto, si quieres cojo la chaqueta y te acompaño a la tienda.

-Eso estaría bien, te espero.

Se dio la vuelta sonriendo y fue corriendo a su casa, entonces me di cuenta de que iba completamente vestida de negro, con una falda que le llegaba por las rodillas y un jersey, no pude evitar acordarme de mi tía Nadia y me pregunté qué motivo tendría una chica tan guapa para esconderse de esa manera.

A pesar de que había decidido comportarme como una ermitaña y no relacionarme más de lo necesario con la gente del pueblo sentí alivio al no tener que buscar la tienda sin saber ni siquiera por dónde empezar, entonces sí que habría llamado la atención. Definitivamente no estaba tan mal conocer a alguien allí.

Mientras esperaba que mi entusiasta nueva acompañante volviese me senté en las escaleras, me encantaba ese porche con sus tres escaleras de piedra y las gruesas barandillas de madera a los lados, era como una invitación, como una sala de estar exterior, sensación que se acentuaba al ver el banco de madera bajo la ventana de la que sería mi habitación. Casi sin darme cuenta distraje mi atención hacia la casa de enfrente, era también muy vieja pero estaba algo más cuidada que la mía. Tampoco recordaba aquella casa. ¿Viviría alguien allí ahora? Tenía un porche precioso que a diferencia del mío casi vacío y bastante necesitado de una limpieza estaba lleno de plantas y macetas con flores. Por supuesto que tenía que vivir alguien.

-¡Vamos Carla!-no pude evitar sobresaltarme al oír mi nombre, me había quedado absorta mirando aquel pequeño y curioso jardín.

-Voy –eché un último vistazo a la casa mientras me levantaba, tenía que acordarme de preguntarle a Rosa quién vivía allí.

El camino a la tienda fue justo como lo había imaginado, Rosa no dejó de hablar apenas un momento, incansable y llena de energía. La verdad es que casi no presté atención, estaba demasiado entretenida fijándome en las casas y tiendas del pueblo. Además nunca había hablado demasiado y últimamente me encontraba mucho más cómoda callada. De todas maneras no me pareció que Rosa encontrara nada inusual en nuestra conversación, a pesar de que la única que hablaba era ella. Se la veía relajada y estaba inmersa en algún tipo de historia del pueblo, algo sobre una fiesta la noche de no sé qué lluvia de estrellas, o algo por el estilo. Estaba prestándole incluso menos atención de lo que me pensaba, ojalá no esperase ningún tipo de reacción o contestación por mi parte porque hubiese tenido que enfrentarme a un momento bastante incómodo.

Me di cuenta de que se veía más gente por la calle, tal vez por la hora, pero desde luego no la que había esperado encontrar. Tuve la sensación de estar en un pueblo casi abandonado.

-Vale, aquí es.

Se paró de repente frente a una pequeña puerta de metal rojo, ni siquiera había hecho el esfuerzo de intentar memorizar el camino, tendría que pedirle a Rosa que me acompañase de nuevo a casa, aunque tampoco creía que fuese muy difícil encontrar el camino de vuelta.

-Vaya casi ni me he dado cuenta –comenté somnolienta.

-Ya, aquí todo está muy cerca, ya te darás cuenta. Y por cierto, ¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte? Me he puesto a hablar y ni siquiera te he dejado decir nada.

-Bueno, la verdad es que todavía no lo sé, quería pasar un tiempo sola, ya sabes, para pensar y organizar un poco las ideas.

-¡¿Cómo?! ¿Estarás sola? –su voz sonó sorprendida y demasiado estridente.

-Pues la verdad es que sí, ¿pasa algo? –No pude evitar que la alarma de su tono me hiciese sentir incómoda y molesta, debí de reflejarlo en mi expresión porque su contestación fue bastante más suave.

-No, nada, es sólo que tu sola aquí, pues bueno no sé, ¿no te da miedo?, a mi me lo daría, estoy segura.

Pareció sufrir una especie de escalofrío mientras hablaba.

-¿Miedo? No, no lo había pensado –y la verdad es que no lo había hecho, ¿tendría que tener miedo en un lugar así?, no, no lo creía.

-Bueno tú verás, últimamente parece que se esté convirtiendo en un moda –dijo mientras terminaba de abrir la puerta de la tienda y me empujaba hacia dentro.

-¿Una moda? – ¿qué se suponía que quería decir?

-¡¡Hola señora María!! –saludaba con la mano a una mujer corpulenta que estaba detrás de un largo mostrador de madera.

-Hola Rosa, ¿Quién es tu amiga? –se recostó un poco sobre la madera para verme mejor, era bajita, tenía el pelo gris muy corto y unos grandes ojos marrones.

-Es Carla señora María, la sobrina de la señora Nadia, ¿se acuerda usted de ella?

-Madre mía como no iba a acordarme, ¿y que haces aquí chiquilla?, deja que te vea.

-Vera voy a…

 Antes de que pudiese acabar siquiera la frase Rosa comenzó a hablar de nuevo y a contarle todo lo que le había dicho, dejando muy claro que me iba a quedar yo sola en esa casa tan vieja. En realidad le agradecí que lo hiciera porque cada vez tenía menos ganas de hablar, cogí una bolsa verde de plástico duro de un montón que había justo al lado de la puerta y comencé a pasear por la tienda intentando encontrar algo para cenar esa noche.

Primero fui a la sección de limpieza, en realidad no se podía decir que la tienda estuviese dividida en secciones eran más bien estanterías separadas en unos tres pasillos con todas las cosas colocadas pulcramente pero sin lo que a mí me pareció un orden aparente.

Después de varios minutos deambulando sin mucho interés ya había encontrado todas las cosas que necesitaba pero Rosa continuaba hablando con la señora María y no me apetecía nada sumarme a la conversación por lo que decidí esconderme en uno de los pasillos y curiosear distraída entre las cajas de cereales. Sentí entonces que alguien me observaba, me volví rápidamente pero no vi a nadie, además estaba casi segura de que al entrar la tienda estaba vacía a excepción de la dueña y de nosotras dos así que me agaché para dejar la caja en su sitio. Cuando me incorporé de nuevo vi unos ojos oscuros que me miraban con curiosidad desde el otro lado de la estantería, era como una de esas escenas de película en la que dos personas se miran entre unos libros en la biblioteca sólo que en este caso eran cajas de galletas y cereales, lo que hacía que perdiese glamour y que desde luego el efecto no fuese el mismo

-Esto… Hola –saludé sin pensar, sus ojos profundos y oscuros me resultaban extrañamente familiares.

-Hola –su voz sonaba divertida –. Te he asustado ¿verdad?, lo siento.

-Tranquilo es que no te había visto –me costaba mucho mirarle a los ojos ya que era más alto que yo y me obligaba a girar la cabeza en un ángulo incómodo para verle, y ni siquiera así podía hacerlo con claridad.

-Eres Carla ¿no?, la sobrina de la señora Nadia.

-¿Nos conocemos? –no estaba segura de conocerle, había algo en el que recordaba aunque no sabía el que, tal vez su voz, ¿su mirada? Tampoco había recordado a Rosa al principio por lo que no podía descartarlo.

-No, no nos conocemos pero he oído como te presentaba tu amiga al entrar, de hecho diría que lo más probable es que también se haya enterado medio pueblo por el volumen de su voz.

-No es mi amiga.

-Perdona.

Me  di cuenta entonces de lo tajante que había sonado, no era mi intención pero no pude evitarlo, aquella situación me hacía sentir desorientada e incómoda.

-No, es que éramos amigas de pequeñas pero hacía años que no nos veíamos, ya sabes – se parecía demasiado a una disculpa.

-Ya, así que ¿te vas a quedar sola en esa casa tan vieja? –lo dijo en un tono serio pero bastante cómico intentando imitar el que había usado Rosa al entrar en la tienda.

-La verdad es que si, pero tampoco creo que sea algo tan dramático, sé cuidarme sola.

-Apuesto a que si, de hecho no tengo ninguna duda al respecto –aquella fue una afirmación que no esperaba y no pude evitar erguirme al oírla, supe por la manera de decirlo que ya no bromeaba.

Todo aquello estaba empezando a intrigarme, el me hacía sentir así, tenía unos ojos tan grandes, tan oscuros, no eran negros pero podían llegar a parecerlos y empezaba a tener ganas de ver como era el resto, me apetecía averiguar cómo era el dueño de esa voz tan profunda y a la vez juguetona, amen de que aquella situación comenzaba a ser ridícula, ¿Qué hacía yo hablando a través de unas cajas de cereales con un chico que no había visto en mi vida?, no dejaba de ser divertido, incluso de tener un punto raro pero ¿hasta cuando íbamos a continuar manteniendo una conversación de esa manera?

-¿Carla has terminado? –era Rosa, no pude evitar dar un bote al oír mi nombre y aparté mi mirada de sus ojos sólo un segundo para ver de donde procedía la voz, a pesar de que ya lo sabía, fue un acto reflejo del que pronto me arrepentí.

-Si, ya voy, oye tengo que… –cuando me volví de nuevo hacia el ya no estaba, justo en ese momento oí el ruido metálico de la puerta al cerrarse, al asomarme al pasillo sólo pude verle de espaldas por la ventana, si era más alto y delgado que yo, tenía el pelo revuelto e igual de oscuro que los ojos, apenas tuve tiempo de distinguir tan sólo su perfil. Me sentí bastante contrariada, realmente había logrado despertar mi curiosidad.

De vuelta a casa Rosa continuaba hablando aunque esta vez dejando educados espacios en su monólogo para que yo pudiese decir algo o aportase mi opinión. La mayor parte de nuestra conversación giró en torno a lo poco que había comprado. Yo llevaba dos bolsas con productos de limpieza y Rosa una con algo de comer, se podía ver sobresalir una esquina de la caja de cereales por un pequeño agujero que le había hecho a la bolsa, al final había decidido llevármelos.

-Oye Rosa

-Dime –la había interrumpido mientras me contaba de nuevo algo sobre la gran fiesta que se hacía en el pueblo por la lluvia de estrellas, debía de gustarle mucho aquella fiesta ya que era la segunda vez que la mencionaba, y la segunda vez también que se sorprendía ante mi ignorancia, pues como ya le había dicho no sabía que existiese una noche como aquella.

-¿Quién era el chico que estaba en la tienda antes?

-¿En la tienda? No sé... a si, a eso me refería antes cuando te he dicho que parecía que se estaba convirtiendo en una moda esto de venir solo al pueblo. Me parece que se llama algo así como Izan.

-¿Izan? –bonito nombre.

-Eso creo, no sé, no es de aquí, ya sabes del pueblo, pero no sé mucho de él, vino la semana pasada o la anterior, solo y no habla demasiado. ¿Has hablado con él? Porque yo lo he intentado un par de veces pero no me ha hecho demasiado caso.

-Si bueno, no es que hayamos hablado mucho, estaba en la estantería de los cereales y...

-¿Es guapo verdad? –lo dijo con una entonación cantarina mientras se mordía el labio inferior, ¿se había puesto roja?

-¿Guapo? No sé, en realidad no le he visto la cara, sólo le he visto los ojos. Eran bonitos, muy grandes, casi negros.

-¿A si? –pareció perder repentinamente el interés por la conversación –. De todas maneras ya tendrás tiempo de verle, vive en la casa que está justo enfrente de la tuya, la que tiene esas plantas y flores tan cuidadas.

¿Enfrente de mi casa? Me puse nerviosa y  no pude evitar sonreír al recordar lo que había estado pensando justo antes de ir a la tienda, así que él era el extraño habitante de la casa de enfrente, y además también estaba solo, un escalofrió me recorrió la espalda. ¿Me habría visto sentada en las escaleras mirando hacia su casa? Tal vez por eso sé había comportado de esa manera tan rara en la tienda, al fin y al cabo yo había empezado, me había sentado frente a su casa mirándola fijamente.

Cuando llegamos a casa me costó mucho convencer a Rosa de que no hacía falta que me ayudase con las bolsas, no me apetecía que entrase conmigo, quería ponerme a limpiar cuanto antes, limpiar me relajaba, además necesitaba una ducha, quería despejarme y sentirme sola de una vez. Se suponía que a eso había venido y ya llevaba más de medio día allí y apenas había estado un rato a solas, además quería ponerlo todo en orden cuanto antes. Apenas había podido comer algo en el tren y empezaba a sentirme hambrienta y cansada.

 

Al terminar de limpiar me di cuenta de que me había equivocado en mis cálculos iniciales ya que no me costó tanto como creía poner la casa en orden. Cuando todo estuvo recogido y en su sitio me permití darme esa ducha que tanto necesitaba, di gracias porque el grifo aún funcionaba y puede que incluso estuviese más tiempo de lo debido debajo del agua pero es que realmente necesitaba relajarme. Me puse otra camiseta de manga corta negra y mis vaqueros preferidos, estaban algo viejos y gastados pero no había sido capaz de encontrar unos nuevos con los que me sintiese tan cómoda así que tras mucho discutir con mi madre le había prometido que sólo me los pondría para estar en casa. Guardé toda mi ropa en el armario y coloqué los libros que había llevado sobre el tocador, en ese momento me di cuenta de que había llevado muy poca ropa, o mejor dicho poca variedad, tres o cuatro vaqueros, un par de pantalones cortos y algunas camisetas de manga corta y tirantes, todas lisas y sin estampados, desde luego no me había esmerado demasiado al hacer la maleta, me encogí de hombros mientras pensaba que sería más que suficiente para lo que había planeado hacer.

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