A penas la había rozado con la manga de su chaqueta al
salir. Tal vez ni siquiera había ocurrido pero andando entre la gente, dejándose
llevar por la corriente de desconocidos que la empujaban decididos hacia
cualquier destino, no podía olvidarlo.
En realidad era en lo único en lo que podía pensar desde que
la abandono.
Una rosa, eso era lo que había dejado para ella antes de
marchar. No llego siquiera a verla ese día. Cuando colgó el teléfono lo único
que pudo hacer fue salir corriendo, pelear con la multitud para abrirse paso,
desear tener alas para volar a su lado. Solo eso.
Después, cuando todo hubo acabado, cuando se dio cuenta de
que su último beso ya había pasado, cuando cerró la puerta de su casa con tal
fuerza que todo su espacio se estremeció de miedo, sólo entonces la vio.
Una ya marchita rosa roja sobre la mesa. Delante de sus ojos
agonizaba su último “te quiero”, fue justo entonces cuando tomo la decisión de
dejarla morir, no quería tocarla, odió tener que pasar a su lado, no la metería
en agua, no la cuidaría ni lloraría sobre ella por ser su recuerdo más reciente
de él, no, por esa razón tenia que dejarla morir, debía marcharse con él.
Caminando entre la gente, solo podía pensar en ella y cuando
comenzó a sentir el frío, cuando la primera gota de lluvia cayó sobre su
mejilla, cambió de rumbo, volvió a correr de nuevo, deseo una vez mas sus alas,
se gritó en silencio lo estúpida que había sido.
Necesitaba tocarla, sentir sus hojas, buscar entre sus pétalos
su último suspiro, ponerla a salvo. Llorar a su lado y despedirse. Susurrarle
palabra por palabra su último “te quiero”
Amaya
Amaya
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Me encanta esta historia tuya ;) me ha cautivado
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