Caminando de nuevo por el mismo bosque, fue consciente de
cuanto le habían cambiado los años. Si cerraba los ojos casi podía oír el
sonido de sus pasos 20 años atrás. Pequeños saltos indecisos apenas
amortiguados por la hierba. Con 5 años, cada día es una aventura diferente, y
la visión de la criatura más hermosa que jamás viesen unos ojos humanos, no
asusta. Te deja sin aliento, te maravilla y te paraliza, y te mantiene
suspendido en el tiempo, completamente indefenso y perdido en un único segundo.
Aunque había intentado engañarse a si mismo, en cuanto sus
pies descalzos tomaron de nuevo la misma senda, hubo de admitir que aquel no
era un paseo cualquiera, que no elegiría una ruta al azar. 20 años después
necesitaba verla de nuevo. A la culpable de sus sueños, de sus historias más hermosas. Deseaba
desesperadamente encontrarla en el mismo claro, y mientras se decía que era
imposible, que nunca había existido y que su mente aún demasiado infantil se
obstinaba en hacerle creer que las fantasías de un niño eran reales, sus pasos
eran cada vez más rápidos, su mirada volaba de la sombra de un árbol a otro y
su respiración se helaba ante el más leve ruido.
¿Cuánto caminó aquella tarde? ¿Cómo mide la distancia un
niño que juega a perderse en un mundo de hadas? Y ¿Cuánto ha de estar dispuesto
a perseverar un adulto que lucha contra sus propios recuerdos? No hubo de
responder ninguna de aquellas preguntas pues en el mismo instante en el que
comenzaba a temer haber errado en la elección del camino, frente a él cobró vida
su recuerdo más intenso. Ni siquiera fue consciente del dolor de sus rodillas
al caer rendido al suelo, no podía apartar su mirada de ella, nada había en el
mundo capaz de hacerle levantar y regresar al mundo del que había salido
huyendo. Allí estaba observándole su inspiración, su sueño más insistente, su
hada.
Amaya Alvarez
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