Mirando sus pequeños y hundidos ojos grises supo que la
oscuridad consumiría sus últimos días.
En silencio, frente aquella anciana, deseo haber elegido
cualquier otro asiento. Pero al entrar en el vagón sus pasos le llevaron hasta
ella. El rencor y la pena, ocultas entre las hondas arrugas que poblaban su
rostro, sus manos, sus heridas, le obligaron a contener el aire. Sintió un
dolor opresivo en el pecho, y necesitó navegar en la plata de aquellos ojos.
Profundizar en sus recuerdos, casi apagados, casi inexistentes, y borrar
aquellos que obstinados en permanecer junto a ella, alejaban la paz de sus
últimos días.
Pero se contuvo, concentró todas sus fuerzas primero en
apartar su mirada, después en ordenar a sus músculos que le sacaran de aquel vagón,
y finalmente en subir las escaleras que le llevarían de nuevo hacia la luz.
En momentos como aquellos odió su propio cuerpo, su
envoltorio, su disfraz. Ser capaz de poder liberar una mente atormentada y
tener que huir a esconderse una vez más.
Quien escogió su castigo supo encontrar la forma de
atormentarle.
Amaya Alvarez
Me alegra pasar por aquí, como siempre maravilloso.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Rosa :)
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