La imagen tan increible que acompaña esta historia es fruto del trabajo de "La Magia de las Alas"
-¡Ah maja! –dijo la enfermera desde el otro lado de la
cortina. –¡Hay que tener amigos hasta en el infierno! –después se alejó riendo.
No sabía a quien iban dirigidas esas palabras, probablemente
a la “inquilina” del box contiguo. No era la primera vez que las oía, pero
allí, recostada en la cama del hospital, aquella expresión adquirió un nuevo
sentido.
Cerró los ojos y pensó en él. ¿Era eso lo que él era? ¿Un
amigo en el infierno? No, no era la expresión correcta pero se acercaba mucho a
ella, estaba segura. No sabía de donde venía aunque suponía que el infierno era
un lugar en el que podía imaginarle. Nunca se lo había preguntado, era absurdo,
ellos no hablaban, no podían hacerlo. Por lo menos no con palabras.
Era su amante, lo sentía en cada centímetro de su cuerpo.Así
que si usaba un poco la lógica, el término exacto para describirle sería “su
amante en el infierno”.
Dobló las piernas y subió la sabana exactamente hasta la
altura de los ojos. No se los tapó, aunque deseaba perderse dentro de esa cama
aquello haría que él se preocupase aún más. Porque sin duda estaba preocupado.
Verla allí, en el hospital, presa de horribles y esporádicos dolores en el
estómago, le estaría volviendo loco.
Estaba a su lado, aunque nadie pudiese verle, estaba allí.
Ella lo sabía y le sentía de la misma manera en la que respiraba, y las enfermeras
y médicos que la habían estado acompañando, también lo sabían. Lo notaba en sus
caras. Una inquietud fugaz en sus ojos, un escalofrío, una ráfaga de aire
helado cada vez que el joven médico posaba la mano en su vientre desnudo. Se
sentían incómodos, y tal vez esa fuese la razón por la que hacia tanto tiempo
que nadie pasaba por su box a comprobar como se encontraba.
Una parte del infierno ocupaba aquel pequeño rincón de
urgencias.
-¿Y si alguien
muriese? –preguntó en a penas un susurro. –¿Adonde iría?
Solo él había podido escucharle, lo sabía de la misma manera
en la que sabía que no podía contestarle. Pero necesitaba sacar de su mente el
terrible presentimiento de que por su culpa, las almas de aquellos que muriesen
mientras ellas estuviese allí, solo podrían encontrar el camino del infierno.
-Les estoy condenando
–una suave ráfaga de aire caliente le acarició la mejilla. –Tengo que salir de aquí.
Se levantó intentando ignorar el pinchazo que atravesaba su
estómago. Miró su brazo derecho, los tubos que aún continuaban pegados a ella.
Cogió todos los pañuelos de papel de la caja que la enfermera había dejado en
la mesilla, y aún sabiendo que no serían suficientes cerró los ojos y se sacó
la aguja del brazo. A pesar de que a penas tardó unos segundos en colocar los
pañuelos sobre la vena abierta no fue lo suficientemente rápida y la sangre le
manchó el brazo y la cama.
-¡Enfermera! –gritó cinco segundos antes de que el caos se
desatase en aquel pequeño y temporal pedazo de infierno.
Aún tardó cerca de una hora en abandonar el hospital. Hubo
de luchar con enfermeras escandalizadas ante su actitud y médicos incapaces de
comprender que quisiese abandonar el hospital sintiendo el dolor que su rostro
reflejaba.
Necesitó cerrar la puerta de su casa y sentir que estaba de
nuevo a salvo para relajar todos los músculos de su cuerpo, se dejó caer
lentamente en el suelo y apoyó la cabeza entre las piernas dobladas. Entonces
se dio cuenta, ya no sentía dolor. Aquel martirio que le había obligado a
abandonar la tarea de hacer la compra semanal había desaparecido. Ya no estaba.
Sonrió y levantó la vista al frente.
-Me encuentro mejor
–dijo sabiendo que él agradecería sus palabras tanto como ella. –Es curioso, no solo estoy bien, creo que
tengo hambre. ¿Quién lo hubiera dicho?
Se levantó casi de un salto y se dirigió al lavabo dispuesta
a darse una ducha que hiciera desaparecer de su cuerpo el olor a hospital. Después
comería algo.
La vio entrar en el baño y quiso dejarle intimidad, no sería
la primera vez que la viese desnuda, pero aquel era un momento diferente.
Sentía el pánico creciendo dentro de él. En el hospital ni siquiera pensó, solo
quería que ella estuviese bien e intentó facilitar el trabajo de los médicos,
aunque en mas de una ocasión le fue imposible contener su ira.
Ahora era diferente, ella estaba bien, estaba en casa, y
sonreía. Bajó la guardia en el instante en el que contempló sus ojos libres de
dolor y en ese justo momento la verdad comenzó a asomar lentamente, no tardó en
golpearle con fuerza.
¿Qué había hecho? ¿A que la había condenado? ¿Qué ocurriría
si supiese que ya no podría huir de aquel pedazo de infierno? ¿Cómo salvarla de
algo que crecía aferrado a sus entrañas?
Amaya Alvarez
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