miércoles, 2 de enero de 2013

CONCURSO DE RELATOS DE TERROR

Buenos tardes a todos. Por fin conozco el fallo del cocurso de relatos cortos en el que participé en Halloween. Mi relato no está entre los tres ganadores y aunque me ponga un poco triste prefiero quedarme con la experiencia de hacer algo nuevo, de demostrarme a mi misma que puedo hacerlo. Esto significa que ya puedo compartir con vosotros este mi primer relato de miedo. Espero que os guste y por supuesto cualquier opinión, critica o consejo siempre es bienvenida.


LA PRESENCIA

El día en el que murió nana la presencia se hizo más fuerte. Un peso repentino y ardiente la despertó del inconsciente sueño en el que había caído apenas unos minutos antes. Se había sentado en el sofá abrumada por todo lo que estaba ocurriendo, no tenia intención de dormir, en realidad no tenia intención de nada, pero desde que el empeoramiento de la enfermedad de la abuela de su mejor amiga se hizo más evidente, y con él la posibilidad de su muerte fue tomando forma, Claudia no se había permitido dormir por las noches. En un inexplicable intento por castigarse se había empeñado en impedir que su cuerpo descansase, quería llevarlo al límite y ese límite a los 15 años no está tan lejos como uno puede llegar a pensar. Así que, después de sentarse a esperar “la llamada”, cualquier llamada en realidad, su cuerpo dijo basta y cayó en un profundo sueño.

El peso que la envolvió, que la abrazó y oprimió hasta hacerla despertar sobresaltada no sólo la privó del descanso que tanto necesitaba sino que la avisó de que alguien muy unido a ella se había ido. No lo dijo en voz alta, ni siquiera lo pensó claramente pero supo que nana había muerto, su ángel guardián ya no estaba. En el preciso instante en el que la temperatura del aire cercano a su cuerpo subió más de 10 grados, en la habitación de nana todo se volvió gélido. Una fracción de segundo, un escalofrío, el tiempo que tarda un espíritu con prisa en elegir el camino más corto a su destino, el de nana era proteger a Claudia.

Tras aquel día todo fue como se suponía que debía ser, un entierro, un adiós, un intento de volver a la normalidad y finalmente una vida inmersa en la rutina de siempre. Todo siguió su curso.

La presencia continuaba acompañándola como siempre y no pensaba en ella como no se piensa en el sofá de casa mientras esperas la llegada del autobús del instituto.

Recordaba perfectamente el día en el que conoció a nana, fue el mismo día en el que la presencia se unió a ella. Llevaba unas horas en el pueblo en el que sus padres habían pasado su infancia, un lugar pequeño, lleno de personas amables y casas bajas de una sola planta con jardín y árboles propios. Tras una breve charla los padres de Claudia le informaron de que aquel sería su nuevo hogar y de que su vida allí sería sin duda más fácil. Claudia no peleó ni luchó contra sus padres, nada la ataba a aquella enorme ciudad gris y egoísta llena de gente solitaria y vacía. Nieves no tardó en ir a buscarla, se presentó como su vecina y la invitó a acompañarla al bosque que se extendía tras las casas de ambas. Aceptó y aquel fue el comienzo de una amistad que duraría años aunque ninguna de las dos lo supiese entonces.

Cuando volvieron de su paseo una hora después una pequeña mujer de pelo blanco esperaba sentada en una maltrecha silla de madera.

-Pero niña ¿Qué te has traído contigo? –preguntó mirando a Claudia con unos ojos grises que no dejaban de moverse y escrutar lo que a ella le pareció su propia sombra.

-No lo se –contestó Claudia sin dejar de buscar lo que al parecer la mujer veía claramente y lo que ella sólo sentía como un nuevo y ligero peso en los hombros, como si el aire que la rodeaba la empujase hacia abajo, solo un poco. –Pero no me hace daño –continuó con la esperanza de tranquilizar a la anciana.

-Tiene que marcharse –dijo la mujer al tiempo que se levantaba y entraba en su casa con pasos lentos y cansados.

Cuando Nieves la miró visiblemente avergonzada y con un miedo en los ojos que le decía que otras ya habían salido corriendo, Claudia la sonrió para asegurarle silenciosamente que ella no lo haría.

Claudia no sintió miedo entonces como tampoco lo había sentido en el bosque mientras Nieves hablaba y caminaba y ella sentía como una corriente de aire caliente la perseguía y rodeaba para provocarle después un repentino e inesperado escalofrío en la espalda. Sintió un susurro que le obligó a cerrar los ojos y abrir ligeramente los labios, tomó aire y su respiración se detuvo, después un roce en la nuca, una hoja tal vez recién caída de cualquier árbol, un insecto o una caricia que solo Claudia pudo sentir, la empujó a andar y respirar con normalidad. Solo se sintió algo más cansada, más pesada.

A lo largo de aquellos 3 años, Claudia había visto a nana hacer extraños movimientos alrededor de vasos de agua, quemar flores y hojas secas en pequeñas hogueras frente a su casa y le había permitido rodearle el cuello y acariciarle la nuca con sus arrugadas y viejas manos mientras recitaba palabras encadenadas de otras palabras que nunca intentó siquiera comprender. Aunque no le molestaba le dolía que nana se tomase tantas molestias en intentar ahuyentar lo que tanto parecía atemorizarla, porque la presencia no estaba allí, nunca salía de casa, siempre la esperaba en su habitación, la acompañaba por el pasillo, se mantenía junto a ella mientras se duchaba o leía en el sofá, pero al abrir la puerta de casa retrocedía hasta la seguridad de la habitación de Claudia, ella no lo veía pero sentía como el peso se alejaba. Los ojos grises de Nana dejaron de ver la noche de su visita al bosque, tal vez por eso, nunca supo que Claudia solo era libre cuando salía de casa. El pensamiento de que lo último que aquellos hermosos ojos viesen fuera algo capaz de atemorizarla durante años inquieto a Claudia el resto de su vida.

Meses después de la muerte de nana Claudia comenzó a sentir como la presencia crecía a su alrededor, se hacía más fuerte, aún no sentía miedo. A pesar de que muchas de sus amigas evitasen visitarla o dormir en su casa porque según decían nunca llegaban a descansar o sentirse tranquilas, Claudia no sentía miedo.

A los 3 años tras regresar de una apasionada y reconfortante cita con uno de sus compañeros de clase y meterse en la cama, un aliento oscuro y obsceno comenzó a recorrer cada centímetro de su cuerpo deteniéndose en las partes más sensibles de su piel, obligando a sus manos a acariciar con anhelo los lugares a los que no podía acceder. Claudia comprendió que aquel ser que había dejado de ser una presencia para tomar forma junto a ella en su cama, la quería solo para él, la había acompañado durante parte de su infancia y ahora que la sabía fuerte y adulta no la compartiría con nadie. Fue sentirse como un objeto lo que la indignó y ver aquella fuerza tomando forma frente a ella durante solo un segundo, lo que por fin la aterrorizó.

 

-Claudia –la voz de nana la despertó suave y agradablemente.

-Nana –estaba junto a su cama, tal y como la recordaba, con su pelo blanco, sus manos callosas y sus ojos grises viendo de nuevo.

-No te asustes cariño.

-No lo estoy.

-Ese ha sido siempre el problema, nunca le has temido, permitiste que entrase en tu casa, que viviese contigo todos y cada uno de tus minutos en tu hogar, y eso le ha hecho más fuerte. Te conoce, sabe hasta donde puede llegar y ahora tu también.

Claudia se mantuvo en silencio, sabía que estaba allí, que escuchaba a nana con la misma claridad con la que lo hacia ella y eso la hizo temer por la anciana.

-Nana, puede hacerte daño.

-No, no puede niña, no ahora que se donde está, que le veo a tu lado, observándote, estudiando  tus reacciones, buscando tus límites para romperlos.

La voz clara y fuerte que escuchaba le hizo darse cuenta de que nunca antes había oído hablar así a nana.

-Nana, estás diferente.

-Estoy muerta Claudia. –aquellas palabras la sobresaltaron e hicieron que las lágrimas comenzaran a caer por sus mejillas.

-No llores Claudia, eso no ha de entristecerte de nuevo, ahora has de sentir miedo porque si continuas así te matará.

-Nunca me ha hecho daño, nunca me ha tocado…-dijo recordando su aliento al recorrer su vientre.

-Cuando vea que nunca serás suya lo hará, has de marcharte, huir de el.

-¿Entonces buscaría a otra?-preguntó sin saber porque

-No, no lo hará. Veo su cara, sus ojos llenos de pánico ante la sola idea de perderte Claudia, cuando tu te vayas él desaparecerá.

-No puedo hacerlo

Los ojos de nana se abrieron en un ademán de sorpresa y furia. Solo la aceptación y comprensión de quien ya lo ha vivido todo, incluso la muerte, hicieron que volviesen a ser los de siempre.

-Entonces niña supongo que te veré pronto.

-Buenas noches nana.

Se volvió lentamente en la cama mientras sentía como el calor de su presencia la envolvía y deseo sentir su mano entre las suyas. El dulce placer que comenzó a nacer en su nuca y que se extendió después al resto de su cuerpo la obligó a cerrar los ojos y morderse el labio.

Aquella sería su última noche y aunque no se volvería para mirar a los ojos al terrible ser que sabía tenia tras ella, se dejó llevar, le permitió tocarla con sus propias manos, duras y ardientes, besarla, devorarla, llevarla a la oscuridad. Y al sentir sus dientes extrañamente fríos en la base de su espalda supo que nunca despertaría en aquella cama, que su hogar había cambiado de nuevo.

 

Amaya Alvarez

 

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