Quiero compartir con vosotros una pequeña historia que ha surgido gracias a una imagen que "La domadora de libros" me ha enviado. Espero que os guste.
De los suyos él era uno de los que mas observaba a esos
seres, tan parecidos a ellos, tan diferentes a él. Compartía su trabajo con
muchos pero no disfrutaba haciéndolo como ellos.
Observar no le molestaba, al contrario, le gustaba el silencio
y la soledad de sus obligaciones, pero odiaba aquello que debía vigilar.
Humanos.
No era del todo cierto y él lo sabía aunque nunca lo
admitiría en voz alta. Odiaba tener que pasar horas y horas observando a
aquellas simples criaturas por culpa de muchos como él. Debía vigilar las relaciones de todos los ángeles que recibían
el permiso necesario para mezclarse con los humanos. Existían reglas para todo
y él tenia que asegurarse de que por lo menos las relacionadas con los humanos
se cumpliesen. El no castigaba las infracciones, solo las notificaba y otros
infringían el castigo.
No entendía la fascinación de los que siendo como él, seres
hermosos, alados, fuertes y prácticamente inmortales, pedían, incluso
suplicaban poder caminar entre los humanos.
Había visto tantos y en situaciones tan diferentes que se
creía inmune a cualquiera de ellos. Hasta que un día algo cambió, en una simple
misión rutinaria, mientras observaba a uno de los suyos yacer junto a una
humana, supo que su trabajo había terminado.
Había algo en aquel ser que nunca antes había visto. No era
la primera vez que observaba una relación así, estaban permitidas y aunque no
le repugnaban, tampoco le ofrecían la menor satisfacción. Pero aquella vez fue
diferente. Sintió celos de aquel que tras ocultar sus alas había disfrutado del
contacto de aquella piel, deseo, tras observar mas de cerca los labios que otro
estaba besando y una tristeza infinita al ser testigo de la marcha de quien
minutos antes había acariciado con sus dedos hasta la última curva de aquel
delicioso ser. Ella quedó sola, tendida en una cama en parte vacía, desnuda,
esperando el calor de un cuerpo que no regresaría.
No transgredió ninguna norma, el no estaba sujeto a ellas,
pero en su interior todo se rompió para volver a unirse en algo nuevo,
desconocido para él. No pensó en nada, solo descendió a su lado y al observar
el frío que ella aún no sentía extendió una de sus alas sobre su piel desnuda y
decidió esperar a su lado, tanto tiempo como fuese necesario. Hasta que su respiración
cambiase, hasta que sus ojos comenzaran a abrirse, entonces tendría que irse.
Volvería, nunca podría abandonarla, tal vez se uniese a
aquellos que suplicaban por caminar entre los humanos, tal vez buscase con sus
acciones que aquellos cuya virtud era infringir castigo fuesen a buscarle, pero
él, nunca dejaría ya de estar al lado de aquella humana.
Amaya Alvarez
http://ladomadoradelibros.blogspot.com.es/
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