Cerrar los ojos.
Soñar despierta ese momento, desnuda, entre las sabanas.
Desear sus labios sobre los de ella. Un roce, apenas una
fracción de segundo en la que su aliento pueda cubrir de caricias todo su
cuerpo.
Saber que está ahí porque el peso del aire sobre ella es
diferente, porque su cuerpo la empuja hacia arriba como si necesitase respirar
por su boca. Pero nunca abrir los ojos, porque entonces la realidad se abriría
camino de nuevo y el escaso milímetro que separa sus labios se convertiría en
kilómetros de nuevo y el dolor sería tan fuerte que la desgarraría por dentro.
Jamás abrir los ojos, su momento terminará cuando tenga que
hacerlo, cuando la piel de sus labios roce los suyos, cuando su respiración se
detenga, cuando sea suya.
Amaya
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